Muchos propietarios deseáis convivir con estas dos especies y te vamos a dar una respuesta certera a la pregunta que os formuláis generalmente: ¿Cómo hacer que perro y gato vivan juntos?
Pues bien, como decía el célebre poeta Antonio Machado «Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas» y es que es preferible pecar en estos casos de un exceso de cautela, a que nos entren las prisas, pudiendo perjudicar así la relación entre estos dos animales que están destinados a convivir.
¡Sigue leyendo, que te explicamos paso a paso el proceso completo!
1. Presentar al perro y al gato que van a vivir juntos
Lo primero de todo es preparar la situación, para ello, debemos evitar que el gato salga corriendo, ya que esto estimularía el instinto depredador del perro; el uso de una jaula es lo más adecuado.
Pero a pesar de que el gato esté protegido dentro de su jaula, no debemos permitir que el perro le genere miedo, inseguridad o sensación de agobio, para ello, el uso de una correa de tres metros será suficiente en caso de que necesitemos controlarlo.
Colocaremos la jaula con el gato en algún lugar alto y estable y fomentaremos en el perro que baje los niveles de actividad para que el gato deje de verlo como un animal del que debe desconfiar. Si hemos cansado previamente al perro nos será más fácil.
Los juegos de olfato son ideales para los dos, ya que les ayudará a relajarse y a positivizar la presencia del otro; ejercicios en los que busquen pequeños trozos de comida, incluso resolviendo algún problema (los juguetes interactivos son un buen ejemplo de ello), siempre y cuando el valor del alimento que les pongamos no les motive en exceso, ya que la búsqueda o resolución del problema tiene que ser en cierta medida relajada y no de una manera ansiosa.
2. Primeras interacciones entre perro y gato
El perro debe acercarse a la jaula estando tranquilo, si ladra, gruñe y/o se pone demasiado nervioso, mejor alejarlo y si es necesario, podemos sacarlo de la estancia en la que estamos, pero nada de dejarle solo. Salimos con él llevándole con la correa, sin mirarle, tocarle ni hablarle y esperamos a que se calme.
Durante las primeras interacciones, debemos ir trabajando los ejercicios de olfato, los acercamientos controlados y los momentos de calma, o incluso de descanso, hasta que desaparezca la tensión inicial y se terminen aceptando.
Nuestra presencia, el uso de la correa para el perro y de la jaula para el gato, no deben desaparecer hasta que presenciemos interacciones desde la tranquilidad y de reconocimiento mutuo, en las que por supuesto, no deben darse nunca señales de miedo o de amenaza de ningún tipo. Que se olfateen de forma relajada a través de la reja, sería un ejemplo ideal de lo que deseamos ver.
La separación de ambos durante nuestra ausencia será imprescindible, hasta que veamos que realmente su relación es suficientemente buena.
Durante este proceso, es importante no dar muestras de afecto o cualquier tipo de premio ante conductas inadecuadas. Guardemos estos recursos para aquellos momentos en los que se estén comportando como deberían en la convivencia del día a día.
Antes de continuar, evaluaremos si realmente es cierto que se aceptan tan bien como parece, alejándonos lo máximo que podamos de ambos y pisando la correa del perro, por si la cosa se tuerce.
3. Dándole normalidad a la relación entre perro y gato, pero con cuidado
Si todo va correctamente, es momento de que se junten sin jaula y sin correa, pero el perro deberá llevar un bozal que previamente se le haya positivizado.
Démosle normalidad a la situación, pero seamos también muy observadores, ya que todavía deben habituarse a la convivencia.
Cuando estemos muy seguros de ello, quitémosle el bozal al perro.
4. Medidas de precaución en la convivencia entre perro y gato
En el día a día, será importante que el gato tenga un acceso rápido a lugares elevados de la casa, a los que pueda acudir para sentirse seguro, evitando así situaciones tensas y posibles conflictos.
También es importante alertar de la potencial peligrosidad que se da en el momento de la comida, ya que es muy habitual en el perro una tendencia conductual que consiste en proteger este recurso, por lo que dependiendo de la diferencia de tamaño, podría llegar a tener consecuencias fatales para el felino.
En el momento de comer, lo mejor es prevenir. Para ello, evitaremos que se acerquen el uno al otro mientras lo hacen.
Ante la menor duda durante el proceso, póngase en contacto con un educador, psicólogo, etólogo o especialista en comportamiento canino.